viernes, 9 de diciembre de 2011

LAS VÍRGENES CONSAGRADAS, DON DE DIOS PARA LA IGLESIA

Queridos hermanos y hermanas:
Dedico esta carta semanal al Orden de las vírgenes, una institución eclesiástica hoy poco conocida a pesar de ser casi tan antigua como la misma Iglesia. Ligada íntimamente al ministerio del Obispo y a la Iglesia particular, tuvo una extraordinaria importancia en los primeros siglos. Fue, de hecho, la más antigua forma de vida consagrada. Al Orden de las vírgenes pertenecieron las santas Inés, Lucía y Cecilia y otras muchas que, como ellas, son recordadas y honradas en las más bellas y antiguas iglesias de Roma.
A partir del siglo IV, con la aparición de otras formas de vida consagrada, en comunidad o en soledad, fue perdiendo relevancia hasta desaparecer prácticamente a lo largo del siglo V. El Orden de las vírgenes fue restaurado por el Concilio Vaticano II (SC 80), goza de ritual propio, publicado en el año 1970, enormemente rico y sugestivo, y está contemplado en el código de Derecho Canónico (c. 604). Hoy son tres mil en toda la Iglesia y son un pequeño grupo en nuestra Archidiócesis, que Dios quiera que crezca en los próximos años. Cuenta para ello con mi apoyo más explícito.
Las vírgenes consagradas viven en medio del mundo. No pertenecen a ninguna familia religiosa, ni dejan su familia o su trabajo profesional. No hacen voto de pobreza, aunque tratan de vivir despegadas de los bienes materiales.
Tampoco hacen voto de obediencia, aunque están especialmente vinculadas al Obispo, que puede señalarles un campo concreto de apostolado, casi siempre al servicio de su propia parroquia o de un sector concreto de la pastoral diocesana. Sí se les pide vivir el consejo evangélico de la castidad que, si bien no es voto, la tradición siempre lo ha considerado muy próximo a él.
El ritual de la consagración de las vírgenes considera esta forma de vida como un desarrollo y profundización de la alianza bautismal que el Espíritu Santo sugiere a algunos bautizados a quienes llama a un amor esponsal, absoluto,irrevocable y definitivo con Jesucristo, viviendo la virginidad por el Reino de los cielos, a imitación del Señor, de su Madre bendita y de toda una pléyade de mujeres santas, que en la edad antigua de la Iglesia han escrito una de las páginas más gloriosas de su historia.
El carisma de la virginidad es un don de Dios. Nadie puede pretender este estilo de vida si el Señor no le llama, pues supera todas las capacidades del ser humano. Toda persona, hombre o mujer, ha nacido para el amor esponsal. Todos llevamos cincelada en nuestra naturaleza esta cualidad. Hemos nacido para amar.Para la mayor parte de las personas la vía ordinaria es el matrimonio. Pero a algunos cristianos, el Señor les concede el don de la virginidad. Gracias a este don,viven una relación esponsal personal y exclusiva con Él, entregándole su corazón y su afectividad con un amor total, exclusivo e indiviso.
Las vírgenes consagradas son un don de Dios para nuestras comunidades cristianas. La nueva floración de esta antigua vocación en la Iglesia es un regalo del Espíritu Santo que todos hemos de acoger, acompañar y agradecer. Además del servicio humilde y silencioso, pero siempre abnegado y eficaz, que prestan a las Diócesis o a sus parroquias en los más diversos ministerios, su sola presencia edifica a la Iglesia ya que con su testimonio nos están recordando a todos que el Señor es el primer y supremo valor de nuestra vida y que merece ser amado con el mismo amor con que Él nos ama.En el discurso que el Papa les dirigió en el Congreso mundial de vírgenes consagradas celebrado en Roma en mayo de 2008, Benedicto XVI presentó a la virgen seglar como “sponsa Christi” e “imagen de la Iglesia esposa” y señaló a la Santísima Virgen como “el prototipo de las vírgenes cristianas”. Así es en realidad, pues el Señor concede a estas mujeres
consagradas a Él el privilegio misterioso pero real de ser, como María y como la Iglesia, vírgenes y madres al mismo tiempo, ejerciendo la maternidad espiritual en favor de todo el Pueblo de Dios. El Papa les dijo también que con su forma de vida son “estrellas que orientan el camino del mundo”, un recordatorio “de la transitoriedad de las realidades terrenas” y un anticipo y profecía de los bienes futuros.
Quiera Dios que en nuestra Archidiócesis y en toda la Iglesia sean muchas las jóvenes que se sientan atraídas por el testimonio de entrega total a Jesucristo de nuestras vírgenes consagradas, que permanecen en el mundo, en sus profesiones y en su familia, ofreciéndole su corazón y su vida entera para bien de la Iglesia y de todos los hombres.
Para las vírgenes consagradas de nuestra Diócesis y para todos los que leen semanalmente mi carta, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

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