miércoles, 5 de noviembre de 2008

Crónica de un amanecer brillante

Bien mereció la pena madrugar. Cuando las campanas doblaban a las 6 de la mañana, inequívoca seña de que algo trascendente ocurría en Guadalcanal, a todos nos invadía el deber que tenemos como cristianos y como hermanos de asistir a los cultos que organiza nuestra Hermandad. Es por ello que, poco a poco, la Parroquia se iba llenando de gente. Sola, en las andas preparadas con mimo por su Junta de Gobierno, esperaba la luz de la aurora iluminada ténuemente por algunas velas encendidas. Extraordinariamente Sola, sin San Juan, pero con la compañía de todos sus hijos alrededor de Ella.

Prevista la hora de salida para las 7 de la mañana, con puntualidad inglesa las andas de la Señora se enmarcaban a la hora prevista en el dintel de la puerta de la Parroquia, ante nubes de incienso esparcido por tres jóvenes acólitos con cara de sueño pero ávidos de devoción a la Amargura. Una afluencia de fieles seguía las andas, llevadas por los costaleros de nuestra Hermandad y guiadas por sus capataces. Se extendía ante Ella una plaza de España vacía, fría y tenue ante las primeras luces del amanecer. El cielo, oscuro por oeste venía claro por Oriente, sin ningún tipo de amenaza de lluvia, lo cual presagiaba un amanecer claro y brillante ante los ojos de la Amargura.

Avanzaba ante los rezos de los devotos (algunos con ganas de cantar el rosario, impedido por celebrarse la Festividad de los Fieles Difuntos), para poco a poco ir abriendo la mañana a medida que avanzaba por las calles. Lucía la Santísima Virgen vestida completamente de luto. Saya negra y manto nuevo bordado en hilos de oro sobre seda negra. Un tocado al estilo del siglo XVIII adquirido en un anticuario también era nuevo para la ocasión. Y lucía la diadema de oro que estrenó hace algunos años ya. Sobre el tocado llevaba prendida una rosa de oro y brillantes, e iba fantásticamente vestida una vez más.

Se fue haciendo de día donde casi siempre ocurre en la Madrugada, por la calle Antonio Machado. Ahí se notaba otro brillo distinto en la cara de la Virgen, radiante como nunca, espectacular como siempre. Los rayos del sol esperaron a salir para iluminar el nuevo manto, porque aparecieron justo cuando la Santísima Virgen regresaba a la plaza de España, anunciada por el doblar de las campanas como seña de duelo, en un domingo atípico en nuestro pueblo. Y entraba en la Iglesia rodeada de nuevo por todos sus hijos, que La acompañaron hasta el altar mayor, donde presidió la Solemne Misa de Réquiem en memoria de todos los Fieles Difuntos. Una hora tardó la Virgen en recorrer las calles en Rosario de la Aurora, una hora que sirvió para que María Santísima de la Amargura brillase ante la oscuridad del alba, para brindarle a Guadalcanal un amanecer inusual, brillante y cálido ante la fría mañana de Noviembre.

Hasta verla de nuevo por las calles sólo faltan 155 días. Entonces, de nuevo volverá a brillar la leve luz del amanecer, precedida por la Luna de Nisán que anuncia la Madrugada Santa. Será entonces cuando de nuevo ríos de fe llenen las calles de Guadalcanal para acompañar a Dios hasta el monte Calvario, y será entonces cuando la Amargura de la Virgen quede endulzada por el amor que sus Hijos le profesan, en una interminable Estación de Penitencia con la que ya sueña Guadalcanal, y por la que su Hermandad vive todos los días del año.

A.M.D.G. et B.V.M.

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